Bajo el abrasador sol del desierto, enormes dunas semicirculares tallan silenciosamente vastas áreas del Sahara, asemejándose a un océano de arenas doradas que se extiende hacia el horizonte en el Gran Erg Occidental.
El escritor de origen argelino Albert Camus, quien se hallaba en su elemento en este paisaje yermo y perturbador, describió las áridas y furtivas arenas del Gran Erg Occidental como un lugar de sutil e irreemplazable belleza.
El viento azota aquí incansablemente la arena, forjando fantásticas formas que él mismo destruye en cuestión de Bias.
La intensidad del sol del desierto hace de ésta una de las regiones más calurosas y áridas de la Tierra: sus temperaturas superan los 38°C.
Y, como si el ardiente calor no fuese un desafío suficiente para la resistencia humana, la candente temperatura de la arena causa vibraciones en el aire, que velan los contornos y engañan a la vista.
Además, un grupo de dunas, idénticas y pulidas, que se pierden sigilosamente en el horizonte, desconcierta hasta al más lúcido observador.
Sahara
Para la mayoría, el término “desierto” evoca imágenes de extensas, ondeantes y doradas dunas; ERG significa en árabe “campos de arena”, cuando en realidad menos de la cuarta parte del Sáhara, el desierto más grande del mundo, tiene ese paisaje:
El 80% del desierto del Sahara está formado por monótonos llanos de grava, estériles mesetas rocosas, áridos picos y saladas planicies que propician espejismos.
La capa superficial de arena del gran erg occidental depende de los caprichos del viento.
En las zonas donde soplan vientos fuertes y constantes en una sola dirección, la arena es impulsada hasta una altura de 120 m, para integrar las grandes y conocidas dunas en semicírculo.
Estas grandes ondas paralelas, separadas por amplios senos, o morones enormes y altas pirámides adoptan formas muy variadas cuando la dirección del viento está a merced de los remolinos o cuando las corrientes de aire convergen en un punto.
Esta misteriosa región es rica en leyendas y tradiciones. Los nómadas cuentan que por la noche se oyen espantosos gritos y que imprecisas figuras conducen caravanas de camellos en la oscuridad.
Más alarmantes aún son las violentas tormentas de arena, cuando el viento recorre el erg con desatada furia, levantando a su paso espesas nubes de polvo.
Sir Samuel White Baker, viajero inglés del siglo XIX describió así el inicio de una de ellas:
“Vi acercarse desde el suroeste una cadena volante de enormes montañas pardas. El avance de este extraordinario fenómeno fue tan rápido en un par de minutos todo quedó en tinieblas ni siquiera podíamos vernos las manos, por más que nos las lleváramos a los ojos”.
Hay quienes aseguran haber visto telones de arena de 480 km de ancho viajando a velocidades de 48 km/h, también afirman que caravanas enteras desaparecieron en medio de una tempestad sin dejar rastro.
La arena pesada no se eleva más allá del suelo, pero los granos finos pueden hacerlo hasta unos 1.500 m, cubriendo en ocasiones al sol, aun en puntos muy alejados de la tormenta.
El viento es capaz de transportarlos a distancias tan grandes que, después de una terrible tempestad ocurrida en Argelia en 1947, algunos de los picos nevados de los Alpes suizos se tiñeron de rosa a causa del color rosado de las arenas del Sáhara.
La arena del Gran Erg Occidental no fue llevada por el viento desde un lugar remoto, como se pensó alguna vez, ni es residuo de un antiguo mar desecado.
Antes de que la última gran glaciación se retirará de los continentes del norte, hace unos 10.000 años, el Sáhara era un sitio frío, atravesado por un sistema fluvial.
Cuando el manto de hielo que cubría Europa comenzó a derretirse, las húmedas corrientes de aire del Atlántico rotaron de África a Europa; así, por efecto de vientos cálidos y secos, los ríos saharianos se evaporaron.
Sin la humedad que le daba consistencia, el suelo se quebró, se esterilizó y se convirtió en un yermo lugar de arenas deslizantes.
Sólo los nómadas tuareg transitan hoy por las vastas llanuras del desierto del Sáhara, pero quizá aun ellos tengan que abandonar su tradicional y gallardo modo de vida debido a la ley y las fuerzas de la naturaleza.
Los camellos siguen siendo un medio de transporte habitual en el Sahara a pesar de la creciente competencia de los vehículos motorizados. El camello árabe, conocido como “nave del desierto”, se ha adaptado a las condiciones predominantes. Sus anchas y gruesas patas de doble pezuña le impiden hundirse en la arena y la grasa que almacena en su giba le sirve como reserva de agua en tiempos de sequía. Párpados gruesos y pestañas densas protegen sus ojos del polvo y la arena; abre y cierra sus narinas a voluntad gracias a los músculos de su cara. Su velluda piel lo protege de los efectos dañinos de la arena y esconde una capa aislante de aire que le impide sobrecalentarse.